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Muńoz Puelles confiesa que dudó durante mucho tiempo entre ser pintor o escritor y «todavía me resisto a pensar que ya he elegido entre ambas vocaciones». No es de extrańar, pues, que, tras dedicar dos libros a Goya (Yo, Goya y El último capricho de Francisco de Goya) y autor premiado de novelas eróticas, sintiera atracción por el personaje de Pierre Molinier (1900-1976), pintor admirado por los surrealistas y especialmente por André Breton, y creador de un mundo erótico celebrado hoy en el mundo entero. Todo empezó en 1995, cuando Muńoz Puelles, mientras reunía material para Infiernos eróticos. La colección Berlanga, un libro ilustrado sobre la biblioteca erótica del gran cineasta Luis G. Berlanga, director también de La sonrisa vertical, accedió a la correspondencia que éste mantuvo con Molinier. Las cartas, las fotografías que las acompańaban y la historia que el propio Berlanga le contó le convencieron de que allí se encontraba el germen de una novela erótica, que debía escribir. Huelga decir, conociendo la capacidad fabuladora de Muńoz Puelles, que, aunque toma la vida de Molinier como pretexto, se aparta de ella continuamente y que la mayoría de las experiencias eróticas que le atribuye son ficticias. Sí se encuentran en La curvatura del empeine rasgos propios de sus obsesiones: el erotismo intenso y algo cruel, el fetichismo, el narcisismo, el travestismo. Molinier buscaba a la mujer en todas partes, en sus ropas y accesorios, en las muńecas de tamańo natural que fabricaba, en sí mismo. Vivía en un mundo en el que todos los niveles de la realidad se confundían, rodeado de sus amantes, de las criaturas de sus cuadros, de sus fotomontajes, de prendas femeninas, máscaras y consoladores. Había convertido la pintura en una acto erótico de tal magnitud que mezclaba el óleo con su propio semen. Ese mundo fantasmagórico es el que Muńoz Puelles ha recreado aquí.