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Mágico y a menudo hechizante, Cabo Verde sabe ser encantador yralentizar el viaje porque cada una de sus islas tiene su propiamanera de retener al visitante, lo que multiplica por diez su poderembrujador.Un país, nueve destinos: los amantes del dolce farniente elegirán Sal, el balneario blanco, o incluso Boa Vista, la saharaui, losexcursionistas se verán obligados a elegir entre Santo Antão, la(exuberante) salvaje, la (muy) modesta São Nicolau, la volcánica Fogoo, incluso, la discreta Maio, los partidarios de la tranquilidad sedecantarán por la inaccesible Brava, mientras que los que buscan uncambio de paisaje africano se orientarán hacia Santiago, la africana.La naturaleza terrestre ?a menudo telúrica? y oceánica de las islases, vaya donde vaya, majestuosa.Tropicales, con aguas ricas pero tierras de fuego, piedras y arena,confeti de volcanes dispersados de forma casual por el océanoAtlántico, estas islas han sido, desde su descubrimiento en el sigloXV, a su vez tierras piratas, después puestos avanzados de un comercio demasiado lucrativo, o el infierno de la esclavitud.Puede parecer un edén perdido en medio del océano, una tierra decontrastes con una naturaleza llena de color y salvaje, pero susislas, lugares de encuentro y de fusión, siguen siendo duras paramuchos de sus habitantes. Es un universo aparte, una sensación deestar lejos del mundo, un destino con paisajes diversos yespectaculares. En Cabo Verde, la luz llena los ojos, y la bondad, los corazones.